De los aliades se puede decir cualquier cosa, que se lo merecen. (Ojo, que esto también es sexismo) |
Empezamos, como es costumbre, por las obviedades: es inaceptable discriminar a una persona por su sexo, raza, identidad, credo u orientación sexual. También lo es por su forma de vestir, la música que escucha, el equipo de fútbol al que anima, su nivel socioeconómico o tener un apellido que nos suena ajeno.
Tenemos mucho por lo que alegrarnos de las injusticias que hemos ido dejando atrás en este sentido, y mucho más por recorrer. Pareciera (por los medios, al menos hasta que Putin puso de nuevo el miedo en todos nosotros) que sólo o principalmente en materia de sexo, género y orientación, pero no: la aporofobia se agrava, los extremos políticos se distancian, el inmigrante sigue en el punto de mira y la desigualdad aumenta en casi todos los paises que entendemos como "occidentales".
Sin embargo, como yo aquí he venido a hablar de mi libro (si no te suena la referencia, o Paco Umbral, a lo mejor una de las cosas que nos separan son unas cuantas vueltas al sol), y habiendo ya hecho una primera aproximación en ¿Soy un señoro cisheteronormativo? ¡Yo creo que no! (Pero estoy abierto a opiniones), pues vamos con lo mío, y cada cual que reme por su bote.
Me da la impresión cuando intervengo en cualquier conversación que toca estos temas, de que existe un a priori sorprendente: cuando se habla de igualdad, hemos de partir de que, como hombre (sí, vale, ¡y cishetero!), lo único adecuado es callar y escuchar, porque nada puede aportar quien no ha sido (o se ha sentido) mujer.
Que es un elemento discriminador basado en el sexo, no se le escapa a nadie. O en el género, o en la orientación, elija usted su veneno... Que es un argumento falaz, creo que a casi nadie. Como sociedad todos nos reservamos el derecho a opinar de casi todo, puesto que a todos nos afecta, y nos resultaría absurdo decir que sólo los que viven junto al mar pueden tener un sentir sobre la protección de las playas, o sólo los que comen carne tienen derecho a preocuparse de cómo se trata a los animales de granja.
¿Estarán dispuestos los veganos a aceptar que nada tienen que decir sobre los mataderos, o los que están exentos de pago del IRPF que en nada tienen derecho a opinar sobre los presupuestos del Estado?
Y sin embargo, cuando uno intenta participar de este debate, a mucha gente por lo demás cabal y aparentemente normal, le parece propio que no existe ese derecho a la participación meditada y respetuosa, si no sólo el silencio o la reverencia, la aceptación de la doctrina ajena (como si hubiera una sola doctrina, o un sólo feminismo, pero en cualquier caso, la de la mujer que uno tenga en frente en el debate de turno) y "no te pongas estupendo, José Ramón, que se te ve el plumero".
A los hombres, en algunos foros, se nos ve el plumero y el patriarcado y la influencia de nuestra rancia educación incluso antes de abrir la boca, y según uno diga "A es el caso" o "No A es el caso", será señoro o aliade, pero nunca participante legítimo.
¿Que por qué siento legitimidad? Si no vale el hecho mismo de ser un participante más de una sociedad que se pretende plural e igualitaria (y habría de valer), incluyamos la que se deriva de la ocupación más principal que uno puede tener: por ser padre.
Siendo perfectamente legítimo que Lola, 56 años, soltera, psicóloga, sin hijos, opine a grito pelado sobre la educación de las niñas, el trabajo sexual, los cuerpos en la publicidad o los pronombres inclusivos, por lo que puedan todos estos asuntos influir en el mundo en que Lola vive y que tras Lola quede... ¿no será igualmente válido (argumentaría que más incluso, puesto que el motivo es menos individualista en origen) que Luis, 42 años, casado, enfermero, con dos hijas, se interese de forma sincera y quiera formar parte de todos esos debates desde el deseo de crear el mejor de los mundos posibles para sus niñas?
Si antes de ser padre no aceptaba este silencio forzado, siéndolo me es inimaginable.
Si alguien no entiende que no hay mayor "ismo" ni más elevado que el que uno siente por sus hijas e hijos, poco conoce de la condición humana. Si el feminismo que viene no entiende que los cismas de una sociedad no se pueden atacar dividiendo, que discriminación sexual es también mandar callar a la mitad que te es extraña, y en definitiva, si no se nos permite a los que más sinceramente queremos un mundo mejor para las mujeres (para todas las mujeres, elijan mis pequeñas el camino que elijan en su vida) participar y poner nuestro granito de arena para crearlo, ni es igualdad, ni es feminismo, ni es debate, ni podrá triunfar en eliminar aquellas partes más feas de nosotros que en realidad encarna.