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Tan sólo con un dedo... |
Estaba hoy revisando los borradores, todos los asuntos pendientes del Cuarto Muro (en mayúsculas, con un par!) y me ha llamado la atención que dos de las próximas entradas son casi diametralmente opuestas...
Como ya sabéis, algunas veces hemos puesto algún grafitti en el muro que dejan los sospechosos habituales. En esta ocasión tengo en la cola de pendientes uno de nuestro habitual Ambarillo, severo y con verdaderas cargas de profundidad para lectores sensibles, y uno que me acaba de llegar de una nueva lectora de ojazos enormes y pequeños pies de Hobbit, que es dulce, pausado, y casi se sonroja en las menciones anatómicas...
He decidido que puesto que la vida se alimenta de contrastes y contradicciones, nuestro bien conocido Ambarillo y nuestra nueva amiga Mia ilustrarán lo distinto que puede ser a sí mismo el Cuarto Muro, y aquí tenéis sus aportaciones...
No es obligatorio "elegir"; de hecho casi diría que no es recomendable! :)
"Contrastes" : Toma I. Ambarillo.
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CON UN SOLO DEDO.
Yo no había desayunado todavía, pensaba hacerlo cuando llegara pero al entrar la hallé en su rincón.
Estaba desnuda, su frente tocaba el suelo y su cabeza estaba encajaba en el vértice del que se alejaban paredes.
No era una postura lo que ella adoptaba con sus rodillas hincadas en el suelo y sosteniendo el tronco de su cuerpecito sobre sus codos. No era una postura, era una actitud. Y con todo era una composición como para una foto con la que se pretendiera retratar más allá del plano físico, si acaso tal vez tomar una imagen de la metafísica de la entrega.
Cuando ella se desnuda no es un acto sexual, es...cómo podría explicarlo si yo no estoy en su cabeza, no estoy dentro de su piel para saber exactamente lo que sus sentidos transpiran y aún a pesar de no poder saberlo consigue empaparme de ella misma.
Ella estaba desnuda en el rincón ofreciendo impúdicamente la parte más íntima de su anatomía y sin embargo no era una actitud obscena. Le cubría una capa de sumisión bajo la cual me invitaba a entrar para tomarla, hacerla mía.
Se que ella esperaba todo de mí, pero ¿qué era exactamente lo que esperaba? Yo no podía saberlo con precisión y sí. Sí sabía que ella esperaba de mi cualquier cosa, porque ella estaba segura y sobre todo confiada de mí. Ella sabía que yo respondería ante su actitud, porque no era una postura la que ella mantenía con su cabeza encajada en aquel rincón y su grupa monumental alzada en primer término como ofrenda a la persona que mejor entiende su yo más íntimo. Ella sabía que cualquiera que fuera mi respuesta la aceptaría sin reparos, la acataría sin objeciones, no siempre es fácil para ella pero tiene la certeza y la confianza de que aunque a veces llego a su límite me detengo en el filo mismo de su abismo insalvable. A ella le turba, le desarma, le supera, le desborda y se deshace, se licua como el hielo sobre una superficie caliente todo lo que yo le doy. Y a mi, a mi me hace sentir el poder que ella me otorga y me reconoce. Siento sobre mis hombros la responsabilidad de tenerla, siento el respeto que de ella he conquistado, el dominio sobre su voluntad y siento un inconmensurable goce con todo.
Hace ya mucho tiempo que el impulso más animal y primigenio al ver una hembra ofreciendo su sexo para mi placer carnal más inmediato lo superé. La urgencia por la coyunda debida a la escasez de oportunidades hace ya mucho que quedó atrás. Ante esta escena mi mirada es una mirada de fondo, va al conjunto y degusta los matices, a los olores, a las formas, a la atmósfera que se crea y nos envuelve a los dos, cada uno en su posición, en su rol.
Entrar y verla en su rincón me produce una conmoción, la realidad se transmuta, se desarrolla en otro plano.
-¿Qué piensas cuando me ves así?- Me pregunta ella después. Y yo casi no tengo palabras para responderle. Yo no pienso. Algo me arrastra, me dejo llevar por una fuerza, por un impulso.
Yo aún no había desayunado cuando entré y la vi. Y no pude más que acercarme a ella y sentirla primero con mi mirada, después me incliné sobre su cuerpo postrado y desnudo y la dibujé con mis manos, sentí sus sentimientos y le transmití los míos con el lenguaje del tacto. Tomé distancia como si saliera a la superficie desde el fondo del mar a respirar.
La contemplé detenidamente, yo nunca precipito nada cuando una hembra se me ofrece. No tengo prisas, sé que está ahí para mi, por tanto la disfruto, la saboreo despacio.
Su coño se inflama con facilidad cuando se excita, se le ve protuberante y si lo tocas te llenas la mano con él.
Volví a reclinarme sobre ella, volví a acariciarla a sentirla en mis manos, tomé sus pechos y los amasé. Sus pechos, cómo me gusta tenerlos.
Tracé una línea imaginaria con el índice de mi mano derecha a lo largo de su columna y cuando llegué al final mi mano envolvió su coño, lo apretó, lo frotó.
Es entonces cuando apenas ella se movió por primera vez, abandonó su inmovilidad y se balanceó casi imperceptiblemente para alcanzar a sentir mejor el movimiento de mi mano en su coño.
Yo no había decidido aún qué iba a hacer con ella, yo nunca pienso a priori que voy a hacer con una mujer porque cada momento pasa y no se puede reproducir y si lo intentas no sale como lo habías imaginado porque ese momento ya pasó en tu fantasía y no puede volver y porque cuando montas un historia en tu mente siempre falta la parte que aporta ella y que nunca sabes cual será, así que yo nunca decido a priori que hago voy a hacer con una hembra cuando se me arrodilla delante.
Sólo bastó un dedo, tan poco.
Su espalda concava ofrecía más aun su coño a mis caricias. Leí su deseo y sentí yo mismo el deseo de complacerla, al menos en una parte. Qué le vamos a hacer si soy un Amo un poco cabrón.
Todo su cuerpo estaba caliente, toda ella anhelaba ya sentir mi polla llenándola más que respirar. Ella quería explotar de placer, ella quería saciar su hambre, y yo, yo recorrí el contorno de su coño con mi dedo índice, ella rabiaba por sentir más, por sentir la dureza de mi virilidad. Con mi dedo y mi parsimonia abrí cuidadosamente sus labios, con una suavidad exasperante acaricié la entrada, sólo la entrada, solo un dedo, no más. Evitando su clítoris o rozándolo descuidadamente en contra todo su deseo. Qué poco le estaba dando para todo lo que ella deseaba, necesitaba. Qué poco, y cuan bien me lo pasaba yo.
Jugando, jugando entre tanta suavidad carnal mi dedo se topó con la dureza de su hueso púbico y saltó una chispa, ella se encendió más. ¿Aun podía encenderse más? Supongo que fue la ilusión suya de que al menos mi dedo penetrara en su coño, ansioso de atraparlo entre sus paredes como una planta carnívora se cierra sobre el insecto incauto que liba en ella. Aunque sólo fuera mi dedo pero su cuerpo, su coño me decían que necesitaba que la follara. Y yo no tenía intención de hacerlo.
Me detuve a acariciar donde los labios del coño se abren y se siente la rigidez del hueso del pubis, me detuve bajo de su monte. O mejor que detenerme, me entretuve, lo acaricié. Su calor casi podría haberme quemado la mano y de haber hablado ella no soy capaz de imaginar lo que hubiera proferido esa linda boquita, pero permanecía en muda, obedientemente callada, sumisamente silenciosa. Un silencio que solo quebró cuando con mi dedo, con un solo dedo empecé a martillear en la entrada de su coño en la protuberancia de su hueso de Venus. Sólo un dedo hizo falta, un dedo y unos minutos, un dedo que martilleaba incesantemente, un dedo con tempo constante, repitiendo el mismo golpeteo en un único sitio, insistente, impertérrito, imperturbable. Ella gritó, se retorció, jadeó, gimió, se desató y proclamó de viva voz y sin sonrojos su condición de perra, de sumisa, pregonó mientras mi dedo le marcaba el ritmo de su excitación lo guarra y caliente que se sentía. Y mientras se retorcía de gusto y me mojaba la mano no paraba de bambolear sus caderas por el simple martilleo de un solo dedo en la entrada de su coño como el de un pájaro carpintero en el tronco de un árbol. Le gritó a la pared que tenía delante lo puta y lo reputa que era, lo repetía una y otra vez. Yo guardaba silencio. Yo disfrutaba del espectáculo que ella me proporcionaba. Yo sólo repiqueteaba con mi dedo índice siempre en el mismo sitio y siempre con el mismo ritmo y siempre con la misma intensidad. Ella explotó, ella se quebró en el aire, ella alcanzó la máxima cota del placer y se desplomó rendida en su rincón, desmadejada, inerme.
La abracé. En mi torso desnudo percibí la tibieza de su espalda, la ayudé a levantarse del suelo, apenas le quedaban fuerzas para sostenerse sobre sus piernas y la senté. Abrí un cajón y saqué de él el collar rojo de cuero, se lo ceñí al cuello y ese fue el comienzo de la perversa y lujuriosa jornada.